25 mar 2011

Alexandre Bonafim - Brasil

Celebração das Marés

- II -
 
"Longe o marinheiro tem
Uma serena praia de mãos puras"
Sophia de Mello Breyner Andresen
 
Do cerne dos oceanos, do fecundo ventre da noite,
nasce seu peito tatuado pela força das âncoras,
pela fúria dos cavalos marinhos.
Sua pátria sempre foi os relâmpagos,
o sal, o trêmulo pergaminho dos vendavais.
 
Há milênios ele se perdeu de toda terra.
Há séculos seu andar tem a leveza das quilhas sobre as ondas,
das velas despidas pelo sal.
Por isso seu destino sempre se quebrou contra as marés,
contra a amplidão das águas sem nome.
Por isso seu barco sempre se partiu contra o infinito,
contra o nascimento do mundo.
 
O marinheiro mora em antigas tempestades.
De tanto queimar o rosto nas ondas,
seus olhos vestiram o êxtase dos cardumes cegos,
dos corais inundados de luz.
 
De longe, de muito longe ele vem...
 
Uma cicatriz corta-lhe o rosto:
relâmpago, ninho de enguias.
Uma cicatriz corta-lha a vida,
o coração, o seu destino inteiro:
faca de fina luz a singrar
os sonhos, a inocência.
 
Desertos sedentos, sequidão de ossos
ardem seu cerne, corroem seus desejos.
Por isso a errância é sua campa, seu jazigo.
Por isso lugar nenhum é seu túmulo.
 
A vida espoca em suas vísceras,
com a lucidez do ácidos agudos,
A vida é-lhe a urgência do salto,
do grito das águas, do urro das ondas.
 
De longe, de muito longe ele vem...
 
Ele tem o braço quebrado pelas chuvas,
a boca cinzelada pelas maresias.
Todo o oceano adormece em suas pálpebras.
Todas as procelas pousam em seus pulsos.
Ele tem o dom das luas cheias,
o estigma das constelações desnudas.
 
Do fecundo ventre dos oceanos, do cerne da noite,
nasce seu sêmen fustigado pela violência dos astros,
pela febre das estrelas marinhas.
Nos seus flancos veleiros ardem os pontos cardeais,
a embriaguez das gaivotas consumidas pelo azul.
 
De longe, de muito longe ele vem...
 
Dentro de seus olhos, no íntimo secreto do seu medo,
nadam medusas, tubarões cegos.
Dentro de seu assombro bóiam corsários afogados,
sereias decepadas, cordilheiras iluminadas.
Por isso sua pele sempre se desnuda nos nascimentos,
nas celebrações súbitas.
Por isso seu corpo sempre se nomeia no orgasmo das rebentações,
na ardências das águas vivas.
 
O marinheiro mora na ruína dos ventos.
De tanto rasgar as ilusões no sal,
todo o seu existir vestiu o esplendor do Atlântico,
a fúria mórbida do Pacífico.
 
De longe, de muito longe ele vem...
 
Seu barco sempre foi o silêncio dos búzios,
as algas, a solidão das ilhas esquecidas.
As fatalidades navegam em seus ombros.
Os desastres apunhalam seu nome.
Toda a sua luta sempre foi fitar a morte de frente,
como quem acalanta um criança jamais nascida.
 
De longe, de muito longe ele vem...


CELEBRACIÓN DE LAS MAREAS

- II -
 
"Lejos el marinero tiene
Una serena playa de manos puras"
Sophia de Mello Breyner Andresen
 
Del tronco de los océanos, del fecundo vientre de la noche,
nace su pecho tatuado por la fuerza de las anclas,
por la furia de los caballos marinos.
Su patria siempre fue los relámpagos,
la sal, el trémulo pergamino de los vendavales.
 
Hace milenios él se perdió de toda tierra.
Hace siglos su andar tiene la levedad de las quillas sobre las olas,
de las velas desvestidas por la sal.
Por eso su destino siempre se quebró contra las mareas,
contra la amplitud de las aguas sin nombre.
Por eso su barco siempre se partió contra el infinito,
contra el nacimiento del mundo.
 
El marinero mora en antiguas tempestades.
De tanto quemarse el rostro en las olas,
sus ojos vistieron el éxtasis de cardúmenes ciegos,
de corales inundados de luz.
 
De lejos, de muy lejos él viene...
 
Una cicatriz le corta el rostro:
relámpago, nido de anguilas.
Una cicatriz le corta la vida,
el corazón, su destino entero:
daga de fina luz que singla
los sueños, la inocencia.
 
Desiertos sedientos, sequedad de huesos
arden su tronco, corroen sus deseos.
Por eso el errar es su campo, su refugio.
Por eso ningún lugar es su túmulo.
 
La vida estalla en sus vísceras,
con la lucidez de los ácidos agudos,
La vida le es la urgencia del salto,
del grito de las aguas, del rugir de las olas.
 
De lejos, de muy lejos él viene...
 
Él tiene el brazo quebrado por las lluvias,
la boca cincelada por el olor del mar.
Todo el océano adormece en sus párpados.
Todas las tempestades se posan en sus pulsos.
Él tiene el don de las lunas llenas,
el estigma de las constelaciones desnudas.
 
Del fecundo vientre de los océanos, del tronco de la noche,
nace su semen fustigado por la violencia de los astros,
por la fiebre de las estrellas marinas.
En sus flancos veleros arden los puntos cardinales,
la embriaguez de las gaviotas consumidas por el azul.
 
De lejos, de muy lejos él viene...
 
Dentro de sus ojos, en el íntimo secreto de su miedo,
nadan medusas, tiburones ciegos.
Dentro de su asombro flotan corsarios ahogados,
sirenas amputadas, cordilleras iluminadas.
Por eso su piel siempre se desnuda en los nacimientos,
en las celebraciones súbitas.
Por eso su cuerpo siempre se nombra en el orgasmo de los retoños,
en el ardor de las aguas vivas.
 
El marinero mora en la ruina de los vientos.
De tanto herir las ilusiones en la sal,
todo su existir vistió el esplendor del Atlántico,
la furia mórbida del Pacífico.
 
De lejos, de muy lejos él viene...
 
Su barco siempre fue el silencio de las caracolas,
las algas, la soledad de las islas olvidadas.
Las fatalidades navegan en sus hombros.
Los desastres apuñalan su nombre.
Toda su lucha siempre fue clavarle los ojos a la muerte de frente,
como quien canta una canción de cuna a un niño jamás nacido.
 
De lejos, de muy lejos él viene...


Traducción: Alberto Acosta

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