21 abr 2012

Anderson Braga Horta - BRASIL



PENSÉ...

Pensé, calculé, imaginé
y
con prodigios de técnica y trabajo
inventé la rosa.
Me resta abrir los ojos
y verla
como un niño ve el mundo.


Tradución: Eduardo Dalter

Affonso Romano de Sant'Anna - BRASIL


REMORDIMIENTO HISTÓRICO


De joven intenté escamotearlo. Imposible.
Culpable era. No sabía cuánto.
Fui yo el que armó el brazo de Brutus
en la traición a César del Senado.
Fui yo quien traicionó a Atahualpa, el inca,
y diezmó a los aztecas.
Fui yo el que mató al zar y a su familia
e incendió a la aldea vietnamita
y noche a noche comete excecrables crímenes
en la TV.
Si no fui yo
quién murió en Waterloo y traicionó en Verdun,
si no fui yo
quién torturó al guerrillero argelino-argentino,
si no fui yo
quién mató a Lorca, a Chatterton y a Maiakovski,
entonces,
por qué ese insomnio,
ese impulso de entrar en la primera seccional
y declarar: arréstenme!
Si no fui yo,
entonces por qué vuelvo siempre tenso al lugar del crimen
para dejar indicios y poemas?

(Traducción de Ana Lia Obeid))

Jaroslav Seifert - República Checa


Algo hermoso termina


Todos los días del mundo
algo hermoso termina.

Duélete:
como a una vieja estrella fatigada
te ha dejado la luz. Y la criatura
que iluminabas (y que iluminaba
tus ojos ciegos a las nimias cosas
del mundo)
ha vuelto a ser mortal.

Todo recobra
su densidad, su peso, su volumen,
ese pobre equilibrio que sostiene
tu nuevo invierno. Alégrate.
Tus vísceras ahora son otra vez tus vísceras
y no crudo alimento de zozobras.
Ya no eres ese dios ebrio e incierto
que te fue dado ser. Muerde
el hueso que dan,
llega a su médula,
recoge las migajas que deja la memoria.


Traducción: Piedad Bonnett

TOMAS TRANSTRÖMER - Suecia


Tormenta


De pronto el caminante halla aquí el viejo
roble gigante, como un alce convertido en piedra
con su ancha copa ante fortaleza verde negra
del mar de septiembre.
Tormenta del norte. Es el tiempo cuando las serbas
maduran. Despierto oye en la oscuridad
las constelaciones estampadas
en lo más alto del roble.

6 abr 2012

Jorge Leónidas Escudero - Argentina



Última apuesta


Apártense, déjenme pasar
vengo de estar existiendo y ya lo sé
voy a las palideces. Merezco
descanso pero antes
quiero mirar atrás del horizonte para
no verme siempre aquí como árbol seco
donde no hay más que hablar.
No atajen, no digan que hay medicina buena
dejen que me siente en el umbral
a ver pasar la última gente. Los pájaros
están escondiendo la cabeza bajo el ala.

Manden alguien a comprar pan
no digo de aquí sino de mañana
porque mi hambre última
es de lo que aún no he visto.

(San Luis - 2011)

Juan Ahuerma Salazar - Argentina



El sol se está apagando

I
Vayan yendo,
el sol se está apagando.
Yo hice todo lo posible
pero no ha alcanzado.
El sol se está apagando.
El agua se ha secado en las marimbas.
La pasión
que antes generaba cordeles de ira en la distancia
barcos de vapor, los trenes, la esperanza,
ahora se diluye como la bruma en los pantanos.
El sol se está apagando.
Las grandes capitales
que han crecido desorbitadamente
sobre los bosques y los mares.
El mundo
que ha tenido visiones, religión, poderes y arrogancia.
Todo eso tampoco ha alcanzado.
El sol se está apagando.
Las flores
que cuando me querías
eran mercancía cantarina
entre las vendedoras del mercado.
Las cosas que me has ocultado.
Ahora no son más que historias vanas.
El sol se está apagando.
Se han acabado
el fernet, las putas, los cigarros.
Y el sol se está apagando.
Los hombres, ahora pasmados
filosofan sobre el tiempo, solamente sobre el tiempo,
porque ya es demasiado tarde.
Y aunque los noticieros y los periódicos
nos mientan,
ya vamos sabiendo que todo
ya Todo ha terminado.

II
Pero el Universo que es infinito,
y también es insobornable,
tiene tantas lunas
como hormigas caminando en el sendero.
Entonces tantos soles debe haber
como hogueras ardiendo
en la noche de los campamentos.
No es uno, ni son dos, ni tres.
El verdadero peligro,
el frío interminable
la insondable oscuridad,
nos vienen de adentro.

(Verano del 2009)

Willi Bouillon - Argentina

El desierto



Te vi avanzar, desde el horizonte.
Eras un punto oscuro, apenas, porque
entre tú y yo estaba el desierto. Cuando
vemos que alguien avanza hacia nosotros,
en el desierto, su figura se deforma a cada instante.
Se alarga, se desvanece y su cabeza parece
no estar donde debería estar.
Como era mediodía, no tenías sombra,
y si la hubieras tenido habría sido sólo
la delgada hoja de un puñal en la arena,
de breves y cegadores relámpagos.
Pero podía imaginar tus cabellos negros,
agitados por el viento ardoroso
y tu brazalete, con la serpiente enroscada
en la rama del muérdago.
Quizás llegarías al atardecer, o más tarde,
tal vez en la madrugada, de modo que tuve
mucho tiempo para pensar. ¿Esta era la hora
más peligrosa que había vivido?
¿O fue ayer o hace cien años,
cuando desperté después de apagarse
el fuego, en medio de la mortandad,
y sentí la soledad y el silencio atravesándome
de lado a lado?
Podrías llegar en la madrugada, y así sería
preferible. Valoro ahora más los albores,
en los que ya nada humea y
las torres están rodeadas del silencio propio
de fantasmas que se alejan.
Sabría, lo he sabido desde hace mucho- qué
te diría, después de mirarte, callado, un largo momento:
-Nada ha cambiado, te diría. Puedes beber
del cántaro, en el que hay agua de la última lluvia.
Cuéntame una historia.

(La Conciencia - 2006)

22 mar 2012

Manuel Machado (España)

SOLEARIYAS



Llorando, llorando,
nochecita oscura, por aquel camino
la andaba buscando.

Conmigo no vengas...
Que la suerte mía por malitos pasos,
gitana me lleva.

¡Mare del Rosario,
cómo yo guardaba el pelito suyo
en un relicario!

¡Qué le voy a hacer...!
Yo te he querío porque te he querío
y te he olvidao porque te olvidé.

Toíto se acaba:
la salú, la alegría, el dinero
y la buena cara.

Yo no sé olvidar...
Yo no sé más que quererte hoy mucho
y mañana más.

Esta agüita fresca...
¡Cómo la tengo en los propios labios
y no puó beberla!

Perdona por Dios...
que otra gitana se llevó las llaves
de mi corazón.

¡Qué gustiyo grande
que las cositas qu tú y yo sabemos
no las sepa nadie!

Eres como el sol:
cuando tú vienes se hace de día
en mi corazón.

No temo a la muerte,
serrana del alma, por perder la vía,
sino por perderte.

Siéntate a mi vera...,
dame la mano, hermanita mía,
cuéntame tus penas.

Tiene mi chiquilla
los ojitos negros más negros y grandes
que he visto en mi vida.

Que no quieres verme...
De día y de noche, dormía y despierta,
me tienes presente.

Manuel Machado (España)

RETRATO



Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.

Manuel Machado (España)

CASTILLA

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!"
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.