19 oct 2009

Néstor Merigo (Argentina)

MUJERES - Las Idas en Marzo (2003)

El Entierro


Una caja de treinta y seis ángulos y el sol tinto del crepúsculo que la lustra.
A pié van las que se extinguen.
Pasan sus polleras sobre el polvo que habla
mientras ella también pasa ondulando, oscura, en equilibrio.

No hubo desierto más triste que alguien cruzara
sino aquel viaje,
aquella peregrinación entre cenizas
con manijas labradas sujetas a la cama de un ángel.
Jamás hubo cabellos ni cintas lilas que pesaran tanto.

Adentro, ella lo iría pensando en su agüita sin fondo
o hubiera empezado a ser una respuesta,
o el galope de un caballo de arcilla detenido en su moldura.
Eso que llaman eternidad, memoria o lo que se escurre de un pañuelo.

No hubo desierto más triste que alguien cruzara
sino esas mujeres de negro
a las que el polvo les reza historias parecidas.
(Abreu, encerraba doncellas en huacos de terracota
para oír cantar la muerte detrás de las paredes.)

Algo más que polvo mismo
aventan los largos pollerones que avanzan al entierro.
Hay guanacos, oratorios,
delicadas vírgenes poblando espejismos.
Hay voces, armaduras
sangre chorreando por peldaños infinitos.
Hay modos y ciudades, fábricas, bibliotecas ardiendo al pié de los altares.

No hubo desierto más triste que alguien cruzara
sino aquella soledad de polvo,
aquellas mujeres disueltas en la tarde irremediable.




Las Idas en Marzo



Fueron las hembras de cabellos gestuales. Las Idas
que soplaron el fuego de las tardes hondas
de rodillas que apenas flotaban.
Anilladas en racimos primordiales sorbían los jugos molidos de sus rondas.
Mano de Ana en la pequeña calabaza asida como un corazón
cebando el tiempo, de mano en mano.

Eran silencios con olor a tabaco y una usanza de templos,
la luna circular de la bombilla
luciendo sus libros, sus pezones, sus fotografías de caballos,
el desparpajo ritual de sus celos encadenados de pistola automática.

Norah teje una lanza de pólvora sobre el muslo,
Ruth sueña,
Esther calla modelada en su propia cerámica.

Ovejas inconclusas para el ser de las celebraciones
guardaron para siempre el espejo sagrado entre los libros.

Aquí la que juró morir virgen e inconfesa,
la que sonríe testimonial y lesbiana anterior a la especie
la que partiéndose el pelo se acaricia en silencio,
la Múltiple,
la Otra,
la que amé.

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